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sábado, 14 de noviembre de 2009

Dictado


A finales de mi quinto año de vida , aprendí a leer.
Mejor dicho, me di cuenta de que sabía leer.


Durante las última semanas de Preescolar tuve mi primer dictado. Graciela, la maestra nos dijo: "les voy a leer unas palabras y quiero que las escriban en el cuaderno como les parezca que se escribe; no importa si está bien o está mal, escriban lo que les parezca" 
Recuerdo haber sentido esa emoción que siente uno cuando cree que está en un momento importante de su vida. Estaba feliz, aunque no podía determinar muy bien la causa. Tal vez haya influido, que en esos días me atizaba la alegría, el miedo y la ansiedad de saber que el año siguiente empezaría PRIMER GRADO.
Graciela dictó algunas palabras, por ejemplo: "GATO, MONO, LEÓN, JIRAFA". Yo, con una sonrisa en la cara, y muy concentrada, escribía letras más o menos al azar. Las letras que se suponía correspondían a la palabra "JIRAFA", las puse de forma vertical, me pareció una manera muy original de representar el cuello largo del animal. Terminamos el dictado, dejamos los cuadernos para que los corrigiera, y salimos al recreo.
Cuando volví, me acerqué a la mesa dónde estaban todos los cuadernos. Había uno abierto, que no era el mío, que evidentemente la maestra acababa de corregir. Me acerqué, curiosa, para ver cómo había escrito alguno de mis compañeros y leo:
"GATO, MONO, LEÓN, JIRAFA".
Sí, ¡estaba leyendo!
Estaba contenta y estaba avergonzada. Sabía que yo no había escrito bien las palabras y que podría haberlo hecho y eso me molestaba; pero también sabía que era capaz de leer, y eso..., bueno, eso, no lo puedo describir.
Entre esa mezcla de sentimientos, no se lo dije a nadie y recibí en silencio, mi felicitación y un ¡Muy Bien! en el cuaderno por la resolución de la tarea. 







3 comentarios:

Nicolás dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
soytodatuyanena! dijo...

jaja! que linda!!! yo ni me acuerdo cuando aprendí a leer... jojo!!! que cabeza de cacaguate!!

SA! dijo...

JAJA! Si hay algo que me caracteriza es que tengo gran capacidad para recordar episodios de mi infancia; más que recordar, reconstruir, porque no habrán pasado las cosas tal cuál las recuerdo. Pero allí se pone en juego lo que dice Nico: el ponerle palabras a aquello que vive el cuerpo implica poner algo en el lugar de lo que no hay forma de decir.