GRACIAS

Gracias a todos los que enriquecen éste espacio con sus comentarios, compartiendo sus experiencias.
Gracias a todos los que me hacen llegar sus palabras por otros medios (por mail, por teléfono, personalmente)
Su participación me anima a seguir escribiendo; espero que los anime también a ustedes.

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martes, 18 de mayo de 2010

PORQUERÍAS y RECOMENDACIONES

Fue recién como a los trece años que empecé a ser más conciente de mis lecturas. Es decir, comencé a prestar más atención a los autores, a las fechas, países, contextos, etc.;  y poco a poco (y por supuesto, no en su totalidad), a poder diferenciar estilos de escritura, estructura, categorías... En parte, gracias a las clases de literatura del colegio, cuya profesora Perla Faraoni transmitía con tanto entusiasmo, en parte a intercambios con amigos y amigas, y en parte por inquietudes personales.

Debo agradecer que, mayoritariamente, he tenido excelentes referentes en recomendación y alcance en literatura, teniendo en cuenta que en mi casa había una gran biblioteca que mi madre se encargó de llenar de buenos libros a lo largo de los años, que mis hermanos también leían de chicos, y guardaban en sus bibliotecas esas pequeñas maravillas escritas y que tenía amigas que disfrutaban del placer de leer con las cuáles intercambiaba libros y opiniones.

Pero...
Pero..
Pero.

En ésta aventura en la que me he encontrado, ó me han recomendado, ó me han prestado / comprado, etc. libros buenos, muy buenos y excelentes, también he tropezado con escritos de los que pensé "esto no valió la pena, no sé ni porqué lo leí".
Bien, ¿saben qué?, ahora creo que sí, que valió la pena, que me han ayudado a seguir una dirección, a conocerme, a aprender a elegir, a poder opinar con argumentos propios. No han sido una pérdida de tiempo, sino, más bien, un ahorro.
No voy a nombrar acá todas las "porquerías" que leí porque no quiero herir susceptibilidades. Porque también aprendí que cada uno tiene su propio recorrido literario y que además ese recorrido no es único ni estático.

Creo que, en este sentido, la recomendación es fundamental. ¿Cuántas veces hemos leído libros o autores increíbles que de no haber sido recomendados por alguien que consideremos conveniente, jamás hubiésemos leído, o peor aun, conocido siquiera?

Agradezco, entonces a todas / os aquellas / os que alguna vez me han recomendado algo para leer.
 
Ustedes ya tienen mis recomendaciones en la sección “Mis Libros Favoritos (y los que lo fueron alguna vez)”, ahora, me gustaría que dejaran aquí las suyas, para los lectores de este blog y para mí, que todavía me queda mucho, muchísimo por aprender y leer.  







viernes, 26 de marzo de 2010

Mis lecturas infantiles (que también pueden ser las tuyas)


Entre los siete y once años,  me he pasado leyendo varios clásicos de la literatura infantil argentina y universal: Elsa Bornemann, Luis María Pescetti, Christine Nöstlinger, René Goscinny, Roal Dahl, Judith Kerr son algunos de los autores. Muchos los sacaba de la biblioteca de mi hermana, otros de la gran biblioteca del comedor y otros me los iban regalando o comprando.
  
El primero que leí de Elsa Bornemann, fue El niño envuelto, mi hermana me lo recomendó un día, pero enseguida dijo, "no, bueno, en realidad es para más grandes" y como ya había pasado otras veces, al escuchar esas palabras, obviamente, me dieron más ganas de leerlo, ¡jaja! Lo leí esa noche y al otro día me la pasaba escribiendo mensajes en clave con mis amigas: ¡Grecues Alse! 
Para mi cumple de nueve, me regalaron Socorro. ¡Qué buenas historias de terror! Las leíamos a la noche con mi amiga Dana, a veces a la luz de unas velas, para crear ambiente; nos encantaba y nos moríamos de miedo Incluso, una vez que se quedaron dos amigas a dormir, hicimos la experiencia del cuento "Manos", nunca supimos si nos acompañaron o no los fantasmitas, pero, ¡qué bien lo pasamos!
Mis primeros poemas de amor, los escribí después de haber leído El libro de los chicos enamorados, ¡me sabía los poemas de memoria! Y creo, que alguno he mandado en una cartita.
Y cómo olvidarme de Un elefante ocupa mucho espacio el libro de cuentos que de más grande supe que había sido prohibido durante la dictadura militar, y yo, con mis nueve años ni siquiera sabía el significado de las palabras CENSURA ó TERRORISMO DE ESTADO. 

El pulpo está crudo de Luis Pescetti, me lo compró mi padre una tarde que salimos del cine y nos metimos en una librería, cada uno tenía que elegir UN libro y se me complicaba, jaja. Entonces, por esa época, aprendí, por decirlo de alguna manera, a leer las contratapas. 
- ¡No sé cuál llevar!
- Fijate atrás de qué se trata, a ver cuál te gusta más. 
Bueno, esa tarde, elegí muy bien, porque esos cuentos me hicieron reír mucho y disfruté cada uno de ellos.

La escritora austriaca Christine Nöstlinger me permitió leer la correspondencia entre dos mejores amigos separados por la distancia en Querida Sussie, querido Paul (que me trajo mi madre una tarde, esa historia ya la he contado en otra oportunidad); me regaló el placer de conocer cosas tan divertidas y absurdas como un Rey Pepino y un Niño que salió de una lata, ¡jaja!, ¡sí, de una lata de conservas! Y gracias a ella, pude saber, en dos oportunidades, sobre Gretchen, una chica que sufría las angustias de la obesidad y de diversos problemas familiares y adolescentes.

Goscinny, además de ser el creador de la genialidad de Asterix, escribía las divertidas historias de El pequeño Nicolás en diferentes ámbitos: la escuela, el barrio, de vacaciones, con sus amigotes; En fin, en cada una de esas ocasiones me mataba de risa con sus personajes y ocurrencias, ¡encima ilustradas por el maravilloso Sempé!

De Roal Dahl, leí cosas tan maravillosas que posteriormente las llevaron al cine, como Las brujas, Matilda, Charlie y la fábrica de Chocolate, Charlie y el ascensor de cristal, pero les aseguro que las películas, por más bien hechas que están (como la de Charlie), no transmiten ni un poquito la sutileza y la picardía de los libros. 

Judith Kerr, me encantó y me trajo complicaciones. Yo ya tenía once años cuando leí Cuando Hitler robó el Conejo Rosa y su segunda parte, En la batalla de Inglaterra. Ahí comenzó una especie de obsesión por las historias de la segunda guerra mundial y del nazismo. Era algo que no podía comprender, no me entraba en la cabeza; me angustiaba y me fascinaba... Además, para peor, por esa época me enteré (o signifiqué) de que mi abuelo había venido a Argentina escapando de la guerra y que gran parte de su familia había muerto en Auschwitz. Y como mi abuelo no hablaba de eso, aunque se le podía leer la profunda tristeza en los ojos, leía libros e inventaba historias sobre el tema. 

  Sí, "literatura infantil", pero ¿cuán infantil?

Cada uno de éstos autores se tomaba a los CHICOS en serio. No es una cuestión de edad. No estoy tan de acuerdo con eso de categorizar los libros por edades, entiendo que es práctico; pero les pido a los "grandes" que lean ésta nota, que se tomen un tiempito para leer algún libro para chicos, alguno que hayan leído en su infancia o que nunca hayan leído. Más interesante aún, es leerlo con algún niño.
Me enorgullece decir, que aún hoy disfruto de esos libros, compartiéndolos con mi hermanita ó por mi cuenta.



Ésta nota está dedicada a Lola, pequeña lectora y artista que me encantaría conocer algún día.




sábado, 19 de diciembre de 2009

MAFALDA


Yo no tenía mucha experiencia con historietas: a veces, al pasar por algún quiosco de revistas, o antes de algún viaje, mi papá me compraba la revista Jardincito, Barbie, ó algún librito para pintar o de pasatiempos; cuando le compraban la Billiken a mi hermana, yo me quedaba con la sección "Billi"que era para más chicos.


A los siete años, conocí a Mafalda.

No recuerdo en ocasión de qué, pero andábamos con Hernán, Betsy (mis hermanos mayores) y mi padre por ahí, y pasando por un quiosco de revistas muy grande, mi papá nos dijo que eligiéramos algo cada uno. Yo miraba como perdida todas las cosas que había. Muchas de las revistas ni las conocía y no estaba segura de qué quería llevar. Mi hermana se me acercó con un librito rosa y me dijo: "mirá yo me voy a llevar un librito de Mafalda, es re lindo te va a gustar, fijate" Ojeé las primeras páginas y me gustó, pero lo que más me convenció fue el entusiasmo de Bet, yo confiaba mucho en su criterio. Entonces, yo me llevé el librito 1 y ella se llevó el 2, para después intercambiarlos. Durante las semanas siguientes, mi papá me tuvo que ir comprando el libro 3, el 4, ¡y así hasta llegar al 10!



Es cierto, al principio no entendía todos los chistes, o al menos no totalmente. De hecho, debía recurrir a mi mamá bastante seguido:

"Mami, ¿qué es Burocracia?"

"¿Qué es Vietnam?"

"¿Quién es Fidel Castro?"

"¿Qué es EMAUS?"

"¿Qué es el comunismo?

"¿Qué es promiscuidad?"

"¿ Y tabú?"

"¿Y traficante de blancas?

"No entiendo qué pasa en china"



Y así...

¡JAJA! ¡Pobre mi mamá! Ella me explicaba con toda la paciencia del mundo. Jamás me dijo: "no sé", ó "ahora no puedo", ó "no me hinches". Siempre me explicaba todo. Al menos, hasta que me enseñaron en el colegio a usar el diccionario. Entonces me decía: "Buscalo en el diccionario, si no lo encontrás, yo te digo lo que significa". Y, yo, con cara de "UFA", buscaba la palabra en el diccionario y leía la definición en voz alta para que mi mamá me ayudara a entender y me diera ejemplos.



Bien, el tema es que cuando terminé de leer los diez libritos de MAFALDA, los seguí leyendo, una y otra vez. Me ayudaban a pasar las noches de insomnio más duras, en las que no podía ni concentrarme en un cuento o una novela. Y así fui creciendo con Mafalda. Pero, creciendo en serio, porque de pronto, cuando volvía a leer algún chiste, me daba cuenta de significados que antes no había entendido del todo, cosas que fui aprendiendo con el tiempo, con la experiencia, con diferentes lecturas o en el colegio, relacionadas con la historia, con la política, la economía, la sociedad, etc. Y es que, todavía no deja de sorprenderme, la actualidad que tienen los chistes, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación. Imagínense que cuando yo los empecé a leer, ya tenían sus años.



En la casa de mi papá, Vivi tenía el "Diez años con Mafalda". Incluso mi hermano se compró "Mafalda inédita". Y cuando tenía diez años (o un poco más, no recuerdo exactamente), Vivi me trajo de la Feria del Libro el "TODA MAFALDA", con la condición de que lo dejara en su casa para que ella lo pudiera leer. Así que volví a leer todo de nuevo, ya tantas veces, que apenas leía el primer cuadrito, ya sabía todo lo que seguía. Lo mejor de todo es que no me canso, no me canso y no me canso de leer MAFALDA. Puedo releerlo y reírme mil veces, repetirlo, recordarlo, resignificarlo, actualizarlo. Y aún hoy sigo encontrando nuevos significados, sentidos ideológicos y otras cosas. Ahora, no sólo leo, sino que puedo emitir opiniones y sentar posiciones con respecto a eso, incluso reírme sin tener acuerdo.



Miguelito es mi personaje favorito.

Esa mezcla de inocencia y violencia.


De sabiduría e ignorancia.


De angelito y perverso polimorfo.


De dulzura y neonazismo.


De rebeldía y cobardía.

De megalomanía y ... megalomanía. ¡JAJA!



¡Gracias QUINO!

sábado, 12 de diciembre de 2009

INSOMNIO

Sufro de insomnio desde que tengo memoria.

O al menos desde que sé leer, seguro.

Es que no recuerdo qué hacía durante mis noches de insomnio antes de aprender a leer.



"Mamá, no me puedo dormir"

Mi mamá me mandaba a contar ovejitas, contar desde 100 a 0, me enseñaba técnicas de relajación, me dejaba ver tele hasta tarde, me daba un vaso de leche tibia, me dejaba quedarme un rato en la cama con ella. No funcionaba nada, no había nada que parara mi cabeza. Yo me acostaba para dormir, pero mi cabeza seguía dando vueltas. ¿A qué? Esas son otras historias... El caso es que adopté la famosa técnica de leer en la cama para que se cansara la vista hasta caer dormida. Por supuesto, no implicaba una solución de raíz al problema, ya que mi cabeza seguía y seguía, pero me evitaba el terrible sufrimiento del insomnio (aquél que lo vivió alguna vez, me comprenderá), ya que concentrada en la lectura, encausaba el trabajo de mi cabecita hacia las historias que leía. Y leía y leía página tras página, hasta que moría de sueño y aún seguía esforzándome para no dormirme y continuar con la historia que me atrapaba, hasta que finalmente, muy entrada la madrugada, me ganaba el cansancio.

Todas las noches, antes de acostarme, ponía un banco (que usaba como mesita de luz) pegado a la cama. Allí colocaba un vaso de soda, el libro que estaba leyendo y elegía de la biblioteca un par de libros más "en la cola" de libros por leer (por las dudas). Además acostaba a mi lado a todos mis peluches y me ponía a leer, leer y leer.  

Despertaba a la mañana siguiente con la luz prendida, el libro (pobre) desparramado por ahí o tirado en el piso, igual los peluches; y aunque parezca extraño, con todas las energías y el buen humor para disfrutar el día.

Si bien, mi insomnio no me traía consecuencias en cuanto al cansancio al otro día, me traía otro tipo de inconvenientes, como peleas con mi hermana Betsy, cinco años mayor. Resulta que compartíamos el cuarto y a ella le molestaba la luz para dormir. Ella también leía a la noche, pero terminaba mucho antes (no tenía insomnio) y empezaba: "¡¡Apagá la luuuuz!!" Le decía que en un ratito, y después en un ratito, y en un ratito y así... En algún momento se quedaba dormida y no me decía más nada, hasta la mañana siguiente que se encontraba con la luz prendida. ¡Y ahí se armaba!

Yo intentaba apagar la luz antes de quedarme dormida, de verdad. El problema era que cuando me levantaba para apagarla, me desvelaba y la única forma de quedarme dormida era leyendo. Así que por esa época tuvimos varios encontronazos con mi hermana, ¡y era BRAVA!


El problema se solucionó, en parte, cuando se fue a vivir con mi papá. A pesar de eso, la extrañé un montón. En la casa de mi papá también compartíamos cuarto, aunque sólo los jueves por la noche cuando me quedaba a dormir.

Sigo teniendo insomnio; hay épocas mejores, épocas peores, pero siempre hay una pila de libros sobre mi mesa de luz acompañándome en mis noches. Eso sí, cuando me estoy quedando dormida, apoyo el libro en la mesa, estiro la mano y apago el velador.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El Mago de OZ

La literatura entra por los ojos, pero no solamente, leyendo las palabras, sino que, además, observando a la gente que lee. Yo estaba rodeada: mientras  me entretenía leyendo mis libritos una y otra vez, observaba disfrutar de la lectura a toda mi familia.

Es así, que una vez, la vi a mí mamá leyendo tranquila en la cama y me llamó la atención el grosor del libro:


- Mamá, ¿cómo hacés para leer un libro tan gordo?


- Lo voy leyendo de a poco. Leo un poco, marco por dónde voy y después sigo leyendo otro poco, hasta que lo termino.


- Pero, eso es muy difícil, tenés que ir acordándote de todo.


- No, vos también lo podés hacer. Por ahí, podés probar...

¡WAW!, Quedé fascinada.

Fui a mi cuarto y me puse a mirar los libros de la biblioteca de mi hermana, que eran más gordos que los míos, pero no tanto como el que leía mi mamá. La llamé a Betsy y le pedí que me diera un libro grande, pero que yo pudiera leer. Ella observó esos libros con nostalgia, como recordando el momento en que, años atrás los había leído, vivido y disfrutado. Meditó unos minutos y me acercó uno: "Éste es muy lindo, fijate si te gusta"


De pronto tenía en mis manos un libro de 197 páginas, con un único dibujo en la tapa de un mago vestido de azul, un robot (o algo así) y una nena con vestido rojo, en un lugar con flores, colores, un cielo violeta con estrellas y un sol. En un pergamino se leía: "L. Frank Baum, EL MAGO DE OZ, traducción de José Bianco, Ediciones Orion." Adentro las letras eran violetas.

Antes de la cena ya lo estaba leyendo.


Así pasaron unos días, y yo hacía lo que me había dicho mi mamá. Leía un poquito y cuando me cansaba, marcaba por dónde iba y seguía en otro momento; pero, eso sí, lo llevaba a todos lados.

Una noche, me quedé a dormir en lo de mis abuelos. Me acosté en la cama y me quedé leyendo hasta que me encontré en la última palabra de la página 197. Ya todos estaban durmiendo y yo estaba paralizada. Estaba feliz porque Dorotea estaba en su casa de Cansas de nuevo con sus tíos después de haber pasado por tantos contratiempos y haber vivido tantas aventuras, estaba feliz porque con mis casi siete años, había terminado de leer mi primera novela y quería contárselo a todo el mundo. Pero, ¿y ahora? ¿Cómo se hacía para abandonar una historia que me había acompañado durante tantos días? ¿Cómo se hacía para dejar libres a esos personajes que me habían conmovido hasta las lágrimas? Estaba tan angustiada que empecé a leer el libro de nuevo, como hacía con mis otros libritos.

Al día siguiente le conté a mi mamá, muy contenta y orgullosa que había terminado el libro y que me había gustado tanto que lo había empezado de nuevo.


Mi mamá sonrió y me dijo: "Pero, ¿por qué lo empezaste de nuevo? ¿Por qué no empezás a leer otro?

¡WAW!, Quedé fascinada nuevamente.

Mi mamá sí que tenía buenas ideas.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

JUEGOS de PALABRAS


Las letras y los juegos, no necesariamente tienen que estar separados. Siempre disfruté de leer, y siempre disfruté de jugar. Pero, cuando las dos cosas se unen, el resultado puede ser maravilloso.




Los primeros juegos con palabras fueron con calcomanías de letras que nos habían comprado a Hernán (cito) y a mí. Era tan simple como formar nuestros nombres y diferentes palabras y pegarlas en la ventana de la habitación. También teníamos unas pizarras metálicas con letras imantadas de colores. Para escribir, nos ayudábamos del libro “UPA!” de Constancio Vigil, que leíamos junto a Vivi.

Más adelante, para pasar el tiempo en los viajes, (pasada la época de leer todo), jugábamos a decir palabras que empiecen con...”A”, “B”, “C”, etc., ó a formar una oración agregando cada uno, una (y sólo una) palabra cada vez que repetíamos la frase ya formada.

Luego, se fue complejizando la cosa, y como bien recordaba mi amiga Analía, jugábamos a leer o decir una palabra al revés para que la otra la adivinara. Entonces nos llamábamos AILANA y ANIRBAS.

También disfrutaba mucho jugando al conocido TUTI FRUTI, o al que yo llamaba MANUSCRITO, dónde uno empezaba escribiendo una historia y sin que el otro supiera lo que había escrito, doblaba la hoja tapando su producción, y lo pasaba para que se siguiera la historia, y así, cada uno agregaba algo, hasta que se terminaba la hoja y se leía todo: ¡quedaba cualquier disparate!

Los juegos de mesa en los que hay que escribir o formar palabras, siguen siendo mis favoritos. Mi hermana mayor, Betsy, tenía uno que se llamaba SOPA DE LETRAS y siempre me ganaba. También jugábamos al BOGGLE, COGGLE, y al TUTTI FRUTI (pero de mesa) Ahora, el que más me gusta es el SCRABBLE. Pero cuando somos muchos, lo mejor es el DICCIONARIO (también llamado BLEFF), en el que hay que inventar definiciones y votar la correcta.

Incluso, los mismos libros, a veces son juegos en sí. Por ejemplo, la colección "ELIGE TU PROPIA AVENTURA", que estaba en la biblioteca de mi hermano mayor y de a poco iba pasando a mi cuarto. Con mi amiga Dana, no sólo los leíamos juntas, sino que nos representábamos la historia como si fuéramos nosotras. Otra colección inolvidable es la de PUZZLES-LUMEN-AVENTURAS, en la que mientras leías las aventuras, debías ir descifrando diferentes juegos y enigmas para pasar de página; con Dana los leíamos mientras jugábamos a las detectives. También, leíamos los de Lince y Amy (propiedad y recomendación de Betsy), en los que debías resolver el caso, a partir de unas pistas en un dibujo.

A partir de la sección “La Plaza de papel” de la revista del domingo, comencé a consumir las revistas de entretenimientos, crucigramas, enigmas, acertijos, sopas de letras, etc. (todo aquello que representara un desafío mental)

En una época se me daba por empezar a escribir cuentos, pero nunca sabía como seguirlos y quedaban por la mitad; tengo guardados un montón de cuentos incompletos, y muy pocos completos (malos, muy malos)

En mis enamoramientos tempranos escribía poemas de amor, de esos terriblemente cursis. Tenía una libretita rosa en la que los escribía que se la regalé a mi hermana Pauli cuando cumplió doce.

Retomé la escritura en el secundario, durante mi adolescencia a partir de un poema que escribí cuando falleció mi Zeide Simón.

Y, ahora, en mi vida adulta, intento expresarles a través de éste espacio, distintas experiencias que fueron marcando mi recorrido por las letras, las palabras y los libros.



miércoles, 18 de noviembre de 2009

HISTORIAS

A pesar de que ya podía leer por mi cuenta, seguía disfrutando de que me leyeran un libro.
Incluso hoy, me complace escuchar o compartir una lectura.



Entonces, mi mamá me leía, pero, la verdad, es que me incentivaba más a que lo hiciera sola: "si vos ya sabés leer", me decía. Y entonces, yo elegía unos libritos y los leía una y otra vez. Por eso, empezaron a comprarme más libros. Una tarde mi mamá me trajo dos: "Querida Susi, querido Paul" de Cristine Nöstlinger y uno de un árbol que era lindo, pero no me acuerdo el nombre. Cuando llegó a la noche, yo la estaba esperando en la cocina para contarle que me habían encantado, y que uno lo estaba leyendo de nuevo: "¿Cómo? ¿Ya los terminaste?".



En la casa de mi papá, Vivi y mi papá se turnaban para leernos a la noche, a Hernancito y a mí. Elegíamos un libro cada uno. El tema, es que mi papá lee en voz alta, de la misma forma que uno lee para si mismo: rapidísimo todo de corrido, casi sin parar para respirar. Y entonces no se le entendía nada, aunque mucho no importaba porque ya nos sabíamos todas las historias casi de memoria. Me gustaba más cuando leía Vivi, que tenía más paciencia, ó cuando mi papá inventaba sus propias historias y las repetía una y otra vez a pedido nuestro que nos matábamos de risa con sus ocurrencias. Cuando terminaban, siempre los convencíamos de que leyeran "uno más, el último, porfi". Podíamos quedarnos diez minutos más leyendo en la cama, pero después nos venían a apagar la luz porque ya era tarde. (odiaba ese momento)


Los libros que me encantaban eran los de una colección del estilo "Elige tu propia Aventura", pero para más chicos: "Imagina que eres un pequeño patito que se acaba de mudar al vecindario..." ó "Eres un osito Panda que está esperando que lleguen sus abuelos y quieres ayudar a tu mamá a ordenar la casa..." En un momento tenías que pasar a diferentes páginas según lo que decidías hacer. También, tenía uno que me gustaba llevar al colegio que venía con una ardillita hecha de cartón, que se podía mover por todo el libro, mientras leías la historia, se metía por unas grietas en las páginas y pasaba a la siguiente cuando dabas vuelta la hoja; ¡esa ardillita vivía muchas aventuras! Además, estaba la típica colección de "Teo", los del "Pajarito Remendado" ó los del "Malabarista".


En la casa de mis abuelos tenía dos libros con cuentos clásicos: "Caperucita Roja" y "La Bella Durmiente". Mi abuelo me los leía y después me los hacía leer a mí solita en voz alta.



Incluso en la escuela, a veces íbamos a la biblioteca (o en el aula misma) y nos leían un cuento para que después hiciéramos una actividad relacionada a la lectura. Los que más recuerdo son: "Una trenza muy larga", "La familia Delasoga", "Sapo en Buenos Aires", "La planta de Bartolo", un capítulo de "Platero y yo", un cuento de "Famili".



Pero no todo eran libros en mis inicios en la lectura. Por supuesto, fui víctima de la típica compulsión a leer TODO, y encima en voz alta: O sea: cada cartel en la calle, en la ruta; cada papelito escrito, nota, hoja; cada folleto, cada palabra en la tele... Para colmo, mi hermano (el que tiene un año menos que yo), estaba en la misma etapa de compulsión, así que imagínense un viaje en auto de cuarenta minutos con dos niños leyendo en voz alta ABSOLUTAMENTE TODO.