Desde que nací, hasta que aprendí a escribir mi nombre y más tarde otras cosas, tuve una Prehistoria. Tal vez no puedo recordarla del todo, pero lo que no recuerdo lo puedo inducir.
Tenía muchos libros; yo los miraba y me los leían. Me leían mi mamá, mi papá, Vivi, mis abuelos, tal vez mis hermanos mayores.
Los libros más elementales que recuerdo haber tenido son unos libros cuadrados, chiquitos, de tapa dura y hojas duras de cartón, con imágenes grandes y simples como "auto", "gorra", "pelota", etcétera. Abajo, podían leerse los nombres de los diferentes dibujos, mejor dicho, podían leerme. Creo que eran dos: uno con imágenes de cosas del circo y otro con imágenes de cosas de deportes.
El que más me gustaba era uno de un osito panda que comía cañas de bambú y se perdía; tenía en la tapa un oso panda afelpado muy suavecito. El problema era que estaba escrito en portugués, pero eso lo supe mucho después, porque mi mamá, cuando lo leía, hacía la traducción instantánea.
Otro de mis preferidos era uno que se llamaba "Gatitos", también de tapa y páginas duras, que tenía dibujos muy coloridos de diferentes gatos haciendo cosas divertidas. Estaba escrito en verso y yo me lo sabía de memoria.
De esa época recuerdo dos más "¿Quién se ha llevado mi sombrero amarillo?"(o algo parecido, aunque creo que ese lo tenía de más grande), que tenía solapas y cosas para levantar mover y jugar para encontrar el sombrero amarillo del protagonista, ¡me encantaba!; y Uno del Pato Donald, rojo con la forma de Donald, no recuerdo la historia pero estaban los sobrinos.
En el jardín de infantes también me leían. En salita roja, a los cuatro años, recuerdo que Laura, la maestra, nos leía "Dailan Kifki" de María Elena Walsh. Nos iba leyendo un capítulo cada tanto, y una vez me puse muy triste porque yo había faltado y habían leído un capítulo y me lo perdí. Me gustaban mucho las aventuras de esa familia con el elefante...
Gracias a todos aquellos que acompañando mi analfabetismo, me leyeron alguna vez un libro, un cuento, una historia, una nota.
3 comentarios:
Si pudiera postear escribiría la siguiente nota:
Antes de la Prehistoria, existe el Azar.
Hace unos meses, en medio de un debate estúpido, por saber la cantidad exacta de pobres que hay en la Argentina, y si un pobre se lo considera así, porque gana más o menos de tantos pesos, o si el INDEC toma en cuenta tal o cual variable para considerar a alguien, por debajo de la línea de la pobreza, por encima o dónde cuernos lo quisieran poner, leí un informe realizado por alguna entidad que ahora no recuedo, en el cual, en vez de tomar en cuenta variables cuantitativas respecto a remuneración y a la cantidad de bienes del que disponen, hacían preguntas cualitativas, dos de las cuales me sorprendieron, y me pusieron muy tristes. El resultado del informe daba números bastante grandes de chicos por debajo de los 12 años, a los que nunca le habían leído un libro (cuentito) y los que nunca habían soplado las velitas para un cumpleaños.
Así de simple y así de duro. NO importa, cuál era el ingreso en esos hogares, si tenían cloaca, agua corriente, o gas natural. Miles de chicos en nuestro país, se van a dormir sin que nadie, les muestre dibujos, y les nombre esos objetos una y mil veces. Miles de chicos, no tienen la opción de chocotorta o bizcochuelo. Miles de chicos, no saben lo que es que una velita se apague y se vuelva a encender mágicamente y esos chicos, que curiosamente son los que más lo necesitan, nunca pudieron pedir, no tres, ni un deseo.
Por eso, antes de hablar de la prehistoria, está bueno agradecer al azar, que nos ubicó en un hogar con todas esas ventajas que lamentablemente, no todos gozan.
Saludos
Es cierto que algunos nacemos en hogares más privilegiados (económicamente hablando), dónde nunca nos faltó un plato de comida, techo, posibilidad de cuidar nuestra salud y estudiar.
Bien, hay una contrapartida de lo que vos decís, y es que en definitiva las estadísticas no sirven para nada, más que para mostrar lo que a alguno le interesa demostrar.
Leyendo lo que vos pusiste, me acordé de cuando iba a "La casa del Niño" en Florencio Varela; un lugar dónde familias carenciadas podían dejar a sus hijos mientras ellos iban a trabajar para que no estuvieran en la calle expuestos a los peligros que aquello provocaría. Los directores de éste lugar, ponían como condición que los niños acudieran al colegio, así en el turno al que no asistían a clase podían quedarse allí, dónde los alimentaban, ayudaban con las tareas escolares, y tenían un jardín enorme con juegos para jugar y correr. Durante mis últimos tres años de secundaria, asistía a un programa que en el colegio que llamaban "Acción Solidaria". Yo coordinaba, junto con un profesor y una compañera, a chicos de primero y segundo año que debían asistir al Proyecto "Casa del Niño". La idea era ir una o dos veces por mes para llevarles golosinas o cosas ricas para merendar, darles apoyo escolar, organizarles actividades y juegos ,y sobre todo, estar con ellos y jugar; porque lo que te remarcaban todo el tiempo era que lo que más necesitaban estos chicos era cariño. Por supuesto que necesitaban cariño: los chicos estaban todo el mes esperando a que llegara el día en que íbamos nosotros, estaban siempre en la puerta esperándonos y nos recibían con abrazos, besos, y por supuesto, las manos extendidas para recibir sus caramelos.
Yo me había encariñado con una nena que se llamaba Tina, supongo que me sensibilizaba mucho que tuviera la misma edad que mi hermanita (Pauli). Yo siempre me preguntaba que pasaba con esos chicos no estaban en “Casa del Niño”, o cuando estaban en sus casas. Porque nosotros íbamos, pasábamos toda una tarde jugando con ellos, los ayudábamos con sus tareas, y después nos íbamos a nuestras casas a seguir con nuestras vidas, hasta la siguiente visita; ellos, después de estar toda la tarde jugando comiendo golosinas y galletitas ricas, escuchando cuentos, etc, volvían a la realidad de sus hogares, dónde tenían que compartir lo poco que tenía con ocho, nueve o hasta once hermanos, algunos no tenían ni padre, otros con padres borrachos, o golpeadores, las madres trabajando todo el día, etc. Creo que no hace falta demasiada descripción de éstas situaciones. Y entonces, la pregunta se hace aún más dura: ¿Qué pasaría con éstos chicos cuando terminaran la primaria y ya no pudieran asistir a “Casa del Niño”? En el mejor de los casos, iban a tener que salir a trabajar y no en las mejores condiciones. Sí, es cierto, que probablemente, éstos chicos, estén un poquito mejor posicionados en la vida, que otros que no hayan podido asistir a un lugar como “Casa del Niño” o la escuela, pero, en definitiva sus destinos, creo yo, que son los mismos, porque su realidad (materialmente hablando), no se modifica porque hayan soplado las velitas en su cumpleaños, o les hayan leído un libro. Definitivamente, sí importa el ingreso, la remuneración, la posibilidad de tener cloaca, agua corriente o gas natural; pero no para las estadísticas, sino para la realidad de esa gente. Es tan simple, como que, algunos tienen, o tienen mucho, y otros tantos (muchísimos, no necesito las estadísticas para saberlo) no tienen nada. Es muy fácil, para los que tenemos, decir cosas del estilo “el dinero no hace la felicidad” ó “si uno estudia y trabaja duro, puede progresar en la vida”. Ese tipo de frases, sumado a las estadísticas (manipuladas), facilitan que veamos la realidad como estática: es así, siempre fue así, y siempre va a ser así. Bueno, para mí, no tiene que ver con el AZAR, es HISTORIA.
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